Por Liss J. Ortega
No sé si hay una forma real de sobreponerse al sinsentido, a la falta de voluntad. No es un mal físico, ni una enfermedad reconocida. Es más como una niebla espesa, esa que se cuela por las rendijas de la vida, sin pedir permiso.
La falta de voluntad, ¿te suena? Es ese no-sé-qué que te paraliza, que te hace sentir que hasta el aire pesa más de lo normal. No puedes empezar nada, y lo que ya habías empezado, no puedes terminarlo. Te miras en el espejo y te preguntas si el reflejo que ves es tuyo o es el eco de alguien que ya no existe. Y claro, lo que sigue es esperar a que pase. Porque no tienes nada más que hacer. No hay ganas, no hay impulso.
En mi caso, cuando pasa, me siento obligada a escribir. No sé por qué. Tal vez porque, aunque no tenga ni idea de qué me pasa, las palabras, al menos, hacen algo. Es como armar un rompecabezas, pero de esos jodidos, de 500 piezas. No importa si no encajan, lo importante es meterlas en el lugar. Escribir por escribir, sin juicio, sin pensar que alguien más lo va a leer, sin presiones. Algo sale. Siempre sale algo, aunque sea un rastro de frustración. Al menos, un nudo se deshila o hasta se rompe.
Pero te das cuenta, claro, de que para salir de esa niebla, hace falta lo que precisamente no tenemos: voluntad. ¡Qué ironía! Es un círculo vicioso que no se resuelve con palabras ni con recetas baratas de autoayuda. No sirve decir "todo es pasajero", porque, entre tú y yo, ya sabemos que esa mierda no funciona.
A veces, me pongo a imaginar escenarios peores, esos que nadie quiere pensar. Qué sé yo, quedarme sin un peso en el bolsillo, o que me queme la casa. No lo deseo, pero es una forma de ver si todo eso que parece tan catastrófico tiene realmente el peso que yo le he dado. Tal vez, lo que estoy viviendo no es tan terrible después de todo. Tal vez el sinsentido no tiene por qué dominarme. O tal vez no, pero ahí está.
Caminar, aunque sea una vuelta a la manzana, es otra opción. Salir sin el celular, con las llaves de casa, y solo mirar. Mirar los árboles, las copas, el polvo en el aire. Nada que ver con grandes revelaciones, pero al menos me hace sentir que hago algo sin hacer nada. Puede que eso sea suficiente.
Y si nada de eso funciona, te diría: ora. Sí, ora. A tu dios, a tu estampita de Lali, lo que sea. No es la solución definitiva, pero a veces es lo único que queda. Cierra los ojos y pide salir de ahí. O también podrías cerrar los ojos y respirar profundamente tres veces. Suena simple, pero es un puto desafío. Porque esa culpabilidad por no estar siendo productivo te cae encima como una tonelada de ladrillos.
Y si todo eso te resbala, si nada de eso te mueve ni un milímetro, tal vez lo que realmente necesitas es parar. Sí, parar, hacer nada. Un ratito, una hora, lo que sea. Deja de intentar fingir que tienes que ser productivo todo el maldito tiempo. Decir: que se detenga el mundo, yo me quedo aquí. Tal vez lo único que te haga falta es tirarte como un cadáver en la cama o lanzarte en cualquier rincón sucio del parque. Después, tal vez, levántate y sigues. Pero no hoy. Hoy, quédate ahí. Míralo a la cara, aguantalo, pero no te muevas. Solo párate frente al jodido caos y trágalo entero.