Por Soki Ríos
(El Jockey es una película del año 2024 dirigida por el cineasta argentino Luis Ortega, protagonizada por Nahuel Pérez Biscayart, Úrsula Corberó y Daniel Giménez Cacho)
Leí en una de esas cuentas de cine, una frase que ya no recuerdo, pero era algo como que “El final de una película se esconde en el primer acto”.
Claro que tampoco sé quién la dijo, pero desde entonces observo con más atención, así puedo comprobar si su premisa se cumple.
Me alegré cuando supe que Luis Ortega estaba trabajando en algo nuevo.
Cuando quise darme cuenta, ya era octubre y El Jockey se exhibía en las salas de cine de la ciudad. Fui el día de mi cumpleaños con un amigo.
Al término, cruzamos la calle de adoquines que separa el cine de los bares en busca de un charladero.
Teníamos una sensación grata, como de satisfacción absoluta.
Había disfrutado cada segundo de lo que acababa de ver y no paraba de pensar en lo Almodovarezca que me había resultado la película, tomando los hechos presentados en la historia como me fueron dados y aceptando la verosimilitud propone la narrativa.
Cada elección técnica minuciosamente tomada y ejecutada para narrar sin palabras, sus personajes, el mobiliario, los planos y todas esas cosas que dicen los que se dedican a analizar cine…
Hace dos días volví a verla (estoy escribiendo esto a principios de febrero) y me dio el placer de disfrutarla de otra forma.
Cuando vi El Jockey por primera vez, mi atención se enfocó en el relato.
Esta vez me regodeé en la oportunidad de haber vivido en la ciudad de Buenos Aires, de transitar sus calles de palacios gloriosos seguidos por gigantes modernos de vidrio, como cuando Dolores entra a la farmacia y se ven atrás los carteles de Grido y BBVA.
O conocer el aura de esos tugurios de San Telmo y Barracas en los que el tiempo no existe, como el de la primera escena, en donde Remo se encuentra dormido.
El baile en las películas me puede. En la escena del salón, mientras Abril mantenía la sintonía de su cuerpo, Remo tenía gestos de cortejo similares a los que hacen los pájaros cuando están que se aparean, a veces sacado, con matices femeninos, ocasionalmente logrando sincronizar con ella.
Ni hablar de la escena del vestidor, donde la expresión corporal va a ser el indicador de química entre Abril y Ana (la otra jockey).
Volviendo a lo del baile, siento que es ahí donde se hace evidente por primera vez la dualidad. Hombre-mujer. Remo es el exceso, la desesperación, la autodestrucción, el talento desperdiciado. Dolores es la hipnosis, el deseo ajeno, la esperanza, la virtuosidad; dos caras de la misma moneda que habitan el cuerpo de Manfredini.
Correr las carreras de caballo porque algo que no puedes definir te llama vs. Hacerlo por obligación o dinero.
Luego pienso en cómo se articula la pata espiritual en todo esto y vuelvo a pensar en la premisa, ¿se cumple o no se cumple? La respuesta les sorprenderá.
Cuando Remo le pregunta a Abril qué tiene que hacer para que lo siga amando, ella le responde “morir y nacer de nuevo”, a lo que él acepta.
Luego el caballo se sale del hipódromo y un golpe en la cabeza parece arreglar todos sus problemas, cuando va surgiendo en la superficie Dolores, quien pareciera ser una vieja conocida y que anhelaban volver a ver.
Su cuerpo no tenía peso alguno, pues se encontraba vagando entre la muerte y la vida; transición marcada por la marcha militar nocturna que la atraviesa en la calle.
El surrealismo de este relato argentino, habilita posibilidades, simbolismos y analogías que enriquecen a la película y la hacen fascinante: los personajes misteriosos, la omnisciencia, el humor, caminar por el techo y las paredes, el dolor, el bebé de nueve años que cambia de color, el suspenso, la levitación, el embrujo. Remo encuentra el camino al amor de Abril cuando reencarna en su propia hija.
Si bien se entendió a primera vista, la segunda vez pude navegar con detenimiento en los detalles para concluir que sí, que quizá el personaje misterioso que un día dijo la frase que no recuerdo, tenía toda la razón (al menos en esta ocasión).
Soki Ríos.